Inicio. Lo primero
que quiero contar sobre la muestra es que pensé que como santafesina, conozco
por fuera esta galería. Casi nunca entré, pero sé que existe. Es algo típico de
acá: mirar de afuera. Lo segundo: vine a ver la muestra con mi hijo León de dos
años y medio, y pude hacer dos cosas: entrar en un ritmo de cápsula espacial,
quieto, austero, limpio e infinito, y mirar sin detenerme mucho tiempo en cada
objeto, es decir, no me pude sustraer a la atmósfera cero: mi hijo hizo lo que
hacen todos los niños, interactuar con los objetos.
Me detengo brevemente en lo que hizo
León, que no fue tan distinto a lo que yo hice, después de todo: hizo sonidos
de sorpresa al entrar (ahhhhhhhhhhh!!!!), abrió las mediasombras blancas y
subió corriendo las escaleras, se agachó a mirar la imagen en el piso, y quiso
llevársela, y también quiso llevarse la piedra dorada mientras pisaba la hoja
negra con marcas blancas ubicada a los pies de la piedra. Por último, impedí
que se colgara de una de las mediasombras, pero no pude impedir que la
desprendiera del techo.
Quiero decir: ¿qué hace uno en una
galería? Yo digo: un adulto se suspende. Un niño interactúa con los objetos. A
pesar de que luego Cecilia y Florencia me enviaron las imágenes y las ví por la
pantalla, deteniéndome un poco en cada una de ellas, tomo algo del juego de mi
hijo (sabemos que siempre el juego restituye algo, y lo transforma) y digo: yo
también quise arrodillarme hasta la imagen desamparada sobre el piso, y también
quise llevarme la piedra dorada. De verdad quise llevármela, como si fuera una
astronauta pisando un terreno nunca pisado antes por ningún ser viviente. Voy a
decir algunas cosas sobre la experiencia de mirar esta muestra. Esta muestra
invocó en mi cuerpo y mi memoria algunas palabras: tesoro, desamparo, deshecho y cápsula espacial.
El
trofeo cambiado por el tesoro. Me pregunto por qué cambié la palabra
trofeo por tesoro, supongo que para mí encontrar esta galería, esta muestra, fue
buscado pero imprevisible, y un trofeo no es algo imprevisible sino del orden
del entrenamiento. Pienso que todo arte supone eso: entrenarse, premiar ese
entrenamiento. Para mí como espectadora esto es un tesoro, para los artistas,
es un hacer.
El
desamparo abrazado.
Pensé en esta palabra como lugar de potencia, no de soledad, aunque la muestra
use la palabra “solo, soledad” en su título. Hay una cita de Roland Barthes sobre
esto que ilumina. Barthes escribe un fragmento titulado
“Un recuerdo de infancia”, donde habla de la experiencia del desamparo. Explica
el recuerdo de estar jugando con otros niños en un pozo excavado en la tierra
para construir los cimientos de las casas. Todos los chicos del grupo salen del
pozo pero él no; y describe así cómo se sintió: [..] desde el suelo, desde
arriba, se mofaban de mí: ¡perdido!, ¡solo!, ¡mirado!, ¡excluido! (estar
excluido no es estar fuera, es estar solo en el hoyo, encerrado a cielo
abierto: repudiado); vi entonces a mi madre que acudía a toda prisa; me sacó de
allí y me llevó lejos de los niños, contra ellos” (Roland Barthes por Roland
Barthes, Trad. Julieta Sucre. Barcelona, 2004, 163).
Lacan decía que hay una cadena de significantes
siempre roto en el decir. Cuando el arte dice, recompone esta cadena. ¿Qué dicen estas obras
para mí? ¿Qué recomponen? Plástico, flores rotas, rasgado, agujeros sobre
paredes, aire o agua que dan movimiento a las bolsas enormes, una remera como
un ánima sobre varas, la palabra “fuerte” en un retazo rasgado de un periódico
sobre una grieta del cemento, niebla, imágenes desdibujadas, cemento porland tapando
unas imágenes coloridas en la pared,
pedazos olvidados de finales de obras en construcción o restos de una casa que
se trasladó de espacio. Elementos que dibujan una gramática del olvido de los
seres humanos, lo que nadie quiso cuando todos se han ido. Los restos de la
civilización sobre los restos de la civilización. No son restos contaminados.
Son cosas dejadas de usar, a veces en movimiento por el clima o la mano de
otros humanos que las marcaron para dejarlas descuidadas, inactivas, en stop. Alguien
quiso irse a vivir a otro lado. Los restos de una mudanza.
Vuelvo a Barthes y a Lacan. Dicen: el
desamparo existe porque alguien restituye. Yo pienso cuando miro estas obras: sobre
los restos de los restos del capital hay fe. Hay fe en estas imágenes y
objetos. Es difícil hablar de fe en el arte pero no hablo de iglesias sino de
lo que aparece cuando se mira el desamparo. Si las obras de Pablo y Gastón
muestran el desamparo de las cosas es porque están mirando ese desamparo. Están
viendo, o quieren ver, eligen lo que otros dejaron, para restituir algo en
forma de signo. Sobre la aplanadora capitalista, sobre la cinta de serie de la
máquina reproductora de cualquier cosa, la disrupción del que ve los desechos como
una posibilidad de los habitantes de este planeta. Esa restitución la asimilo
al amor por el signo humano desvalido.
El
deshecho rescatado de su desamparo
NAPALM
¿Cómo
escribir después del napalm? Pregunta el poeta Hu a Giap.
No
se escribe después. No se escribe antes. Lo importante es escribir entre el
napalm. Eso es lo difícil. Eso es lo que hacemos. Eso es lo necesario. El
napalm no se detiene. Nosotros tampoco. La revolución es el napalm.
:
el napalm es hoy.
Mariano
Dubin, en Giap y otros poemas. Poeta contemporáneo. La Plata.
Los restos de los restos son
rescatados por el ojo que no desampara. Acá está la visión del artista, que no
alhambra un campo, no cierra, mira para desalambrar, como dice la canción roja
de Viglietti. En estos restos desvalidos de la mano que obró sobre ellos pero
que deja expuesta un uso anterior y un trabajo obrero anterior, estas imágenes
que se muestran desvalidas, ya no es el capital el que las pone en circulación
sino el ojo del artista. La obra como signo convocante de los cuerpos humanos:
hay que estar presente en los lugares donde nadie quiere estar. También es un
imperativo estar allí porque la humanidad también es esto, lo que otros han
dejado sobre las cosas, lo que otros han hecho con esas cosas.
La
cápsula espacial: ternura sobre el planeta tierra. El dorado de
las piedras, como pudo haberlas visto el Mayor Tom de la Odisea Espacial de
David Bowie mirando el planeta tierra todo azul, o como las pudo haber visto el
Capitán Beto de Spinetta sobrevolando las órbitas de su nave solitaria.
Yo soy una chica de los ‘80. Cuando
estaba en la primaria tenía un rompecabezas enorme de 100 piezas con la imagen
de Neil Armstrong en su primer salto en la luna, de frente a la cámara, en el
reflejo del casco se ve el cuerpo de su compañero. En la primaria también ví
E.T. y Encuentros cercanos del tercer tipo y desde ese momento no dejo de
mirar, aún hoy, el cielo cuando puedo. También observo a mis congéneres, no a
todos ni todo el tiempo pero los miro, para ver si los aliens están entre
nosotros. Crecí con ese relato: podíamos conquistar el espacio y otras vidas
existían. Luego, todo se deshizo: la amenaza Alien era algo que padeceríamos,
seríamos comidos como bocaditos por lagartos vestidos de humanos y únicamente
la Sargento Ripley podría enfrentar y abortar un Alien. Después ví por la tele
el desastre nuclear de Chernobyl y la explosión del Challenger con todos sus
tripulantes dentro.
Si hay un trofeo (en mi caso, tesoro,
me gusta mucho más esa palabra) es porque lo que se mira antes de desaparecer
(antes de sacar una foto, antes de dejar un rastro, antes de) no es otra cosa
que lo que otros humanos como yo han hecho. La soledad de la que habla el
título de la muestra, la soledad del que mira y decide restituir la pérdida. Es
la soledad de David no frente al universo sino frente a Hall 9000 en la Odisea
de Kubrick. ¿Hay otra escena de mayor soledad que la de este hombre
contemporáneo, desconectando a Hall enloquecida, que suplica una y otra vez que
no lo haga? ¿Habrá mayor tesoro que encontrar nuestra propia Hall que nos hable
durante nuestro viaje?
Cierre. Vuelvo a la
piedra que quiso llevarse mi hijo y que yo también me llevaría. La máscara, el
revoque, cierto maquillaje es signo de la ternura de la humanidad: por eso la
piedra dorada es mi obra favorita de esta muestra.
Si fuera una astronauta miraría los
objetos como lo fotografían o conciben estos dos artistas: desde la posibilidad
del desamparo, desde el amor al desecho, desde la soledad de un planeta colgado
acá, obra humana, fría, aislada, tierra, tierra, planeta tierra, planeta.
Cualquiera de las obras de estos dos artistas generan orfandad y luego familia.
Es la idea central de los capitanes de las naves.
Dice Bowie: Aquí estoy sentado en esta lata de aluminio/ lejos, encima del mundo/
el planeta tierra es azul/ y no hay nada que pueda hacer. For here I am
sitting in a tin can/ far above the world/ planet earth is blue/ and thers
nothing I can do.
Dice Spinetta: Donde está ese lugar/
al que todos llaman cielo/ si nadie viene hasta aquí/ a tomarse unos amargos
como en mi viejo hogar/ porque habré venido hasta aquí, si no puedo más de
soledad/
¿Qué diremos frente a nuestras obras?
(lee
Cari sus poemas frente a las obras)
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