PRESENTACIÓN “MANDARINAS” de Franco Rosso
Feria Libro Santa Fe
14-09-10 - EMR
La historia de Mandarinas transcurre en Fortín, en calles de tierra y asfalto de una ciudad chica del norte santafesino, entre 4 amigos (Amaparito, el narrador, Tu Sam y el Pula) que entrelazan sus vínculos callejeros y amorosos alrededor del árbol de mandarinas de la cuadra. Mientras aparece el dibujo de ese tejido cuyo centro siempre es el árbol, pasa la infancia, la adolescencia, y también la muerte.
Mandarinas es una tragedia amorosa: vida y caída de estos adolescentes, varones, dulces y ácidos, iluminados
por el spot blanco y agreste de Amparito, la única que transgrede los
cuerpos y los toca, la que les deja cartas o señales, y la que se va de Fortín. Se va, pero vuelve. Y funda una patria nueva con el subtexto del amor.
Hay una aparente fuerza reguladora de los
personajes: todos caen a los pies del Pula, el héroe rústico. Pero lo que los mueve no es esta ley, sino la de la máscara/ cáscara: todos los personajes son lo que son
hasta que largan su jugo.
La lengua de Mandarinas es la lengua con que se
dice en las ciudades del interior. Es una lengua que va y viene en el tiempo y
es la lengua de la convivencia de varias generaciones: se crece cerca de los
abuelos, de la tiada y la primada, del vecinaje de toda calaña. Y con el relato
de que la vida buena está lejos de la tierra de la crianza. Aunque se sepa que es
otra ficción de los fundadores de la patria histórica, y de la patria literaria
también.
El inicio es in media res y narra lo que sirve para contar: la muerte de un personaje menor
y la vuelta de Amparito a Fortín. El epígrafe de inicio de la novela marca el ritmo de la
lectura de Mandarinas: contar el tiempo
que queda y el que se ha ido, dice Calamaro.
La música es central, como en una película. Es una
novela que tiene banda de sonido, uno la escucha mientras va leyendo. Por un
lado está el rumor de las cosas de fondo, los escenarios: las calles de tierra
y asfalto que determinan clases sociales y vidas a seguir, los modos de
alcanzar otras vidas (seguir allí o irse después de la secundaria). Por otro, las
referencias que dan play a una música ambiente: el Pula se
parece a Luis Miguel, Fredy a Freddie Mercury, Amparito usa flequillos “tipo Stone”; o
suena The Police o “Clicks Modernos” de Charly o “cassettes gastados de Man Ray”.
Las máscaras son como las mandarinas, van cayendo de gajo en gajo hasta mostrar su centro. El narrador, el amigo de todos, debe aprender a no hacerse el muertito y a no temer. Otros serán los muertos. Es nodal que Amparito, entre todas las formas de comer mandarinas que se registran en la novela, sea la única que guarda las cáscaras en su bolsillo. Y las guarda para usarlas como un arma de ácido en los ojos de los varones.
Una mandarina puede ser el universo. Los fractales
repiten una forma aparentemente irregular que, vista en zoom plano-secuencia,
forma gajos unidos por un centro. Esa forma está presente en casi todas las
cosas de la naturaleza. Replicadas, las ramas de los fractales parecen árboles. Un
árbol de mandarinas irradia la vida de estos personajes; hay frutos amargos,
otros que los hacen cagar, otros son dulces. Ninguno de los amigos deja de
comer del árbol.
¿Cómo se dice el amor de la adolescencia, el
primero, si no es de forma mestiza, sesgada, perturbada, trascendental? ¿Cómo
recordamos el lugar de nuestro cuerpo cuando el cuerpo que nos enciende es de
otro pero lo tenemos cerca pero es de otro y se aleja?
"(Amparito) guardaba las cáscaras en los bolsillos y cuando nos tenía cerca y estábamos desprevenidos apretaba un pedacito apuntándonos a los ojos para que el ácido que salía como un spray nos dejara ciegos por unos minutos. Mientras nos refregábamos los ojos puteando ella se cagaba de risa, nos pellizcaba el pito y salía corriendo. (...) Yo solamente los observaba, la observaba. No quería involucrarme de lleno en sus juegos, sobre todo cuando el Pula era parte. Amparito lo miraba con ternura, pero cuando desviaba la vista y me miraba a mí, sus ojos se transformaban y eran como dos ojos de gato de bicicleta y esa luz volvía a aparecer, ese destello que irradiaba y me decía algo en clave que yo desconocía. Tenía que hacer algo para que no me encegueciera (...)."
Hay en la adolescencia una superposición, un recurso que en poesía permite mostrar las relaciones significantes entre objetos aparentemente diversos. Ese rejunte, ese fractal adolescente como el que dice Kurt Cobain en su canción bautismal y furiosa, es la tragedia amorosa de Fortín. Esa tragedia huele a la fruta ácida de la juventud, como todo en Mandarinas. Es divertido perder y simular, dice Cobain. Hasta que cae la cáscara.
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