Contramar Editora, La Plata, 2019
Como lectora me gusta abandonarme a la ficción.
Suspender mi horizonte de conocimiento me genera infancia lectora, sorpresa,
aventura. Algunas obras logran eso por sí solas, y ésta es una. “La rutina”
está escrita contra la gran depresión de las ciudades y la familia. Una
pregunta en la que pensé mucho mientras leía los cuentos es ¿quién logra sobrevivir
indemne a los efectos de las ciudades y de las familias? Y ante el mandato de
razonabilidad de que hay que lograr sobrevivir a ellas, la otra pregunta es
¿cómo lo logramos?
Los relatos son directos, sin vueltas y de
escritura limpia. En todos aparecen la réplica fallada y el fetiche, que les
permite una densidad narrativa lúdica, una visión inesperada sobre las cosas. Diego
escribe la tensión control-descontrol, ese input que si pasa a autput es visto
como locura. La potencia de los cuentos de “La rutina” no está en el tema sino
en la línea oracional que permite pasar de una realidad a otra en un breve
golpe narrativo. El relato que más me gusta y que trabaja esto en varios
niveles es “Tati”. Después de enterarnos, junto con el personaje, que Santiago
tiene una hermana muerta llamada Tatiana, y que ha vivido bajo esa ausencia
toda la infancia, Santiago se convierte en ella.
En esa
escuela todo empezó a ser distinto. Insistieron tanto en que no peleara que
opté por quedarme solo. Me acuerdo de estar caminando por los rincones del
patio en donde nadie jugaba, mirando los partidos de fútbol o las carreras de
los que jugaban a la tocada. Fue una mañana de esas que Tatiana me habló con
claridad. Dijo que había estado esperando el momento, que si yo siempre iba a
estar ocupado con otros amigos nunca iba a prestarle atención a ella; que siempre
había estado dentro de mí y que yo no me había dado cuenta.
La familia es una casa, y las ciudades, un mapa. ¿Qué
va a hacer uno? ¿Irse? Es una opción. Las ciudades y las familias muchas veces
no son el lugar adecuado para quedarse o para cuidar. Diego escribe sobre los
desamparos no visibles que crecen y se reproducen en esas estructuras. En el
último cuento, “Cenizas”, el viaje en auto y el fuego que incendia la casa familiar
son los elementos que le permiten a Luca aliviarse de los mandatos familiares,
de la casa afectiva construida para hacerse cargo de otros. Los itinerarios de Luca por la ciudad son
repetidos: satisfacer al padre y su empresa de ganar dinero, satisfacer a la
hermana depresiva, a la mujer que odia a la hermana depresiva. La casa familiar
que nunca se vende es quemada por Luca sobre el final del relato, pero antes de
incendiarla, rescata una pelota para su hijo pequeño. Una mirada de afecto está
puesta sobre los personajes: si van a perder el control de sus vidas ¿qué puede
hacer un escritor sino indagar sobre ese ser que es suyo y que está ahí vivo,
sin juzgarlo?
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